Fragmento del capítulo II.
Por la mañana, Laura abrió la ventana de su dormitorio y aspiró, golosa,
los deliciosos aromas del huerto. El huerto, brillante de rocío, ya no
era el amenazante monstruo de mil brazos que se deshilachaban en largos
dedos acabados en uñas curvadas. El miedo de las noches se evaporaba al
salir el sol, como la niebla que subía del Tinto.
Más allá, vio a María echando pienso a las gallinas, con la pequeña Samara detrás de ella, riente y gritando
“¡Os! ¡Os!” como hacía su madre. Una dulzura rosada invadió su vientre y
la llevó a la cocina con una sonrisa que se le fue resbalando al
escuchar a su madre.
-Anoche hablé con tu padre –le dijo Rosi poniéndole el desayuno.
-¿Sí? –Laura fingió interés pero hacía ya demasiado tiempo que había
olvidado el olor de su padre, y el calor que irradiaban sus manos al
acariciar su pelo, y hasta el timbre de su voz al natural. Tener un
padre que no ejercía como tal era más desolador que no tenerlo.
-Me ha dicho que te castigue si hace falta, pero que esas notas tienen que subir.
-Lo intentaré –respondió la niña, mirando a su madre con tanta seriedad que Rosi sintió que se le estrujaba el corazón.
-Ay, Laura –le dijo, acercándose a ella y abrazándola torpemente-. ¿Estás bien?
-Sí, mamá.
A Rosi le costaba mucho hacer la pregunta, pero la hizo:
-¿Se… se meten contigo en el colegio? ¿Te dicen… algo?
domingo, 3 de mayo de 2020
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