jueves, 23 de julio de 2020

FRAGMENTO.




1988

-El maldito hijo de puta… -Rosi solo sabía repetir esas palabras.

Primero fueron el llanto y la locura, los gritos, el desmayo, el rechinar de dientes. Pero iban pasando las horas, y mientras ella esperaba los resultados de la autopsia de su hija, rodeada de familiares que no dejaban de secarse las lágrimas y sonarse, Fernando no aparecía. Poco a poco, todos empezaron a darse cuenta de que nadie lo había visto, ni en el bar, ni en casa del vecino, ni en el pueblo, no desde antes de que doña Isabel encontrara a la niña. Y la helada comprensión fue calando dentro de ellos como una ciénaga que se expande, pestilente y viscosa, inundándolo todo a su paso, dejándolos con el horror pegado a la garganta y el odio nublando los ojos que se secan y se inyectan en sangre, clamando venganza.

-Ha sido ese canalla –el hermano de Rosi, Mateo, dieciocho años, el niño de la casa, el tito que había recibido a su sobrinita como a una muñeca con la que jugar, tirarla al aire, hacerle cosquillas y volverla loca de la risa-. Voy a matarlo. ¡Voy  a matarlo, lo juro! –y solo los gritos desgarrados de su madre y las manos de sus hermanas consiguieron retenerlo en la sala habitada por la desolación.

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