CAPÍTULO XI - LA ALTURA ES SOLO SED DE LAS ÚLTIMAS LÁGRIMAS
2018
Otra vez está en el pinar. Otra vez
en el claro. Huele a flores. Es el jardín secreto (¿de quién? Beatriz no lo
sabe). De nuevo se repite el instante fugaz en que, escondida entre la maleza,
está viéndolo todo.
¿Todo? Pero si no sabe lo que ve. Ni
siquiera sabe si es ella la persona que está escondida o es la que, de rodillas
sobre las hojas, mira horrorizada algo que no se deja ver.
Despierta de golpe. Son las seis de
la mañana y hay luz en la cocina. Beatriz se sienta en la cama con los ojos muy
abiertos. Sin pararse a coger la bata, baja corriendo al primer piso. El olor a
café con leche y tostadas con mantequilla la tranquiliza. Mira que le ha dicho
veces que es demasiado joven para tomar café, pero a Aurium le gusta con
delirio y, en cuanto puede, cualquier excusa es buena para servirse una taza,
con leche y dos cucharadas de azúcar.
-¿Te has caído de la cama? –pregunta,
entrando en la habitación cálida y acogedora.
-¡Mami! –Aurium se sobresalta y
enseguida ríe-. ¿Quieres una taza? No podía dormir y me lo he preparado para no
pasarme el día muerta de sueño…
-Claro, claro –asiente Beatriz,
burlona-. Si mi niña siempre hace las cosas por el mejor motivo, ¿verdad,
preciosa? –se dan un beso y cruzan una sonrisa muy íntima, de las dos-. Anda,
échame una tacita y dime por qué no podías dormir.
-Será por los exámenes –dice Aurium,
quitándole importancia.
-Sí, claro. Solo que te faltan diez
días para el próximo parcial según me dijiste ayer mismo.
Ella no ignora que su hija tiene
sueños incómodos, igual que ella, pero la niña no quiere compartirlos con
nadie, como si, al callarlos, negara su existencia. A pesar de su gran
intuición, Beatriz no sabe exactamente cómo actuar con su hija. No quiere
presionarla con preguntas y tampoco quiere parecer indiferente. Beatriz tiende
una mano y cubre la de su hija con la suya, apretándola un momento,
transmitiéndole, con el gesto, un “aquí estaré siempre para ti” que la niña
comprende y agradece devolviendo el apretón.
Es un gesto que a Beatriz le trae a
la memoria recuerdos de los que nunca ha vuelto a hablar, aunque no pueda –ni
quiera- olvidar.